Ayer estuve en el Castillo de Niebla, en su XXXII Festival de Teatro y Danza, y no sólo disfruté del montaje de Ricardo III de uno de mis directores más admirados, Eduardo Vasco, sino de estar sentado en el patio de dicho castillo. Enhorabuena desde aquí tanto a la organización de dicho Festival como al esfuerzo de todo su equipo por conseguir que siga vivo. He aquí un extracto de mi reseña que aparecerá en breve en www.masteatro.com. Foto: María Clauss.
» … que el universo creado por el bardo inglés es tan fascinante como verdadero, que reyes y cortesanos conspiren con alevosía y sin freno, que el escenario se llene de ardides y agujeros sin fin, que el monarca asesino justifique con lisonjas y requiebros el por qué sólo él debe llevar la corona, que todo esto cobre vida en un castillo como el de Niebla en su festival veraniego, es reclamo suficiente y suculento para sentarse en su patio flanqueado por torres y almenas y «contemplar» los pensamientos de un Maquiavelo británico con mal sino y muy mal coronado: Ricardo III. El subtítulo de esta sucesión de aberraciones y crímenes bien podía ser «Perversidad» al cual se le pueden añadir apellidos tales como «Seducción», «Hipocresía» o, simple y llanamente, «Maldad». Para dicho retrato, Vasco emula en su dirección de actores a un Caravaggio en gesto (muecas, miradas fieras y barrocas) y también en iluminarlos (sombras, grises, pardos, velas, granates, candilejas, faroles) y opta por un escenario negro y casi desnudo. Tan sólo varios baúles que se van descubriendo paulatinamente, tal vez para sugerir esa mudanza en los sentimientos, ése no saber dónde reposar la mente para que descanse de tanto daño que hace y saciar el ansia de poder: baúles-trincheras, baúles-fronteras, baúles-féretros; baúles de color que logran representar incluso los cadáveres de los sobrinos del nuevo rey … «
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