Un honor que el dramaturgo a quien admiro y de quien aprendo César López Llera haya escrito este comentario tan bello como acertado de mi última publicación. Gracias siempre por tu apoyo y, como tú nos sueles decir siempre SALUD Y TEATRO.
BAÑO EN LAS AGUAS de César López Llera.
Para acercarse a la “TRILOGÍA ACUÁTICA” de Carlos Herrera Carmona resulta recomendable hacerlo primero al concepto de “amor líquido” de Bauman y a su teoría sobre la “modernidad líquida”. La falta de solidez, la fluidez, la movilidad, la fugacidad, el cambio, la flexibilidad, la incertidumbre, la relatividad, la falta de compromiso… llevan a los seres humanos a un individualismo desbordado que convierte las relaciones amorosas en meras conexiones que fluyen de forma impredecible e incontrolable para satisfacer necesidades. El amor se muda en una especie de consumo mutuo que persigue la felicidad concebida como estado de excitación espoleado por la insatisfacción. Tal mundo líquido es en el que agonizan (en el sentido unamuniano de la palabra) los personajes de las tres obras de Carlos Herrera Carmona que conforman esta trilogía: “Misericordia”, “Esperando el diluvio” y “El Sr. y la Sra. Pit”.
“MISERICORDIA” se estructura en tres cantos, tres interludios y un epílogo, protagonizados por Mae, dos de sus amadas: Katia y Kim, y un amante aludido, que han compartido Mae y Kim. Las tres, amasijos de ternura, sudor y deseo, monologan, dialogan, leen cartas y ejecutan acciones con objetos de fuerte carga simbólica: maleta, flor, jeringuilla, en un no espacio/no tiempo, con una especie de eterno retorno al invierno/verano, que ha de actualizarse en cada lectura/representación para que el lector/espectador asista a la vivencia traumática de desdecir a Pedro Salinas viviendo en los pronombres sin llegar nunca a la primera persona del plural. El lenguaje poético contrasta con momentos de lenguaje coloquial cargados de vulgarismos y violencia. El resultado final es un texto tan inquietante como conceptual, en el que el Miserere final de la protagonista no puede por menos que evocarnos “El grito”, de Munch, atravesado por un leve rayito de esperanza en el recomienzo, aunque solo sea para vivir otros inviernos y otros veranos, sin estaciones intermedias, ni posible felicidad.
“ESPERANDO EL DILUVIO” es una extraña y original obra en un acto único que tiene lugar en un “jardín de ensueño”, muy relacionado, a mi juicio, con la metáfora del jardinero de Bauman y el jardín como símbolo de la artificiosidad y de la manipulación frente a la naturalidad y pureza del bosque, que, curiosamente, Katia reprochaba a Mae que le hubiera destruido en la obra anterior. En medio de ese espacio, donde siempre es de noche, coloca a tres personajes tan agónicos como los anteriores, que viven un trío amoroso irreparablemente acuáticos: “Hoy en día hablar de amor es lo mismo que hablar de agua y hablar de agua es lo mismo que hablar de amor”, afirma Andy, al que el mayordomo Gabriel, inesperado cuarto personaje, le informa, en un claro guiño a “El Público”, de Lorca, de que los océanos están a punto de hacer su entrada. “Que pasen”, es su respuesta, como no podía ser menos en esta obra surrealista de estirpe tan lorquiana como artaudiana, en la que el protagonismo comunicativo/incomunicativo recae sobre los monólogos, la mayoría narratúrgicos. Sorprendente resulta el onírico giro final que le da a la obra y el broche con el que la cierra: un monólogo dramacinetúrgico, tan arriesgado como curioso. Y, al final, llegó el diluvio…
A través de “EL SR. Y LA SRA. PIT” conocemos a dos seres monologantes para los que la palabra es la única tabla de salvación, a pesar de la más absoluta incomunicación entre ellos, antes de la inevitable y redentora muerte por enfermedad, asesinato o suicidio. Entre ambos: el hijo abocado a volver a la tierra, madre verdadera y última, donde el amor tiene su aposento seguro y eterno frente al siempre inseguro y efímero del agua. Se diría que las palabras siempre son mejores que el silencio, aun a sabiendas de que el receptor o la receptora no las escuchen ni las respondan. Al fin y al cabo, aunque ahí falle la comunicación, siempre habrá un público destinatario, que en un juego/verdad metateatral o metavital recibirá el mensaje y lo responderá, si no con palabras (los muertos no oyen, y aquí todos mueren), sí al menos con los hechos de su vida, o, al menos, con una conmoción momentánea.
En conclusión, estamos ante una compleja trilogía nada complaciente y difícilmente clasificable, en la que los conflictos dramáticos fluyen a través de un sólido lenguaje poético en el que la palabra y sus significados adquieren tanto o más protagonismo que los propios personajes. Por sus páginas creemos ver influencias e intertextualidad muy bien asimiladas de Lorca, Artaud, Beckett, Arrabal, Sarah Kane o Shakespeare. Cada obra va acompañada por reveladoras introducciones de Miguel Ángel Jiménez Aguilar, Eloy Rojas y Carlota Luna.
César López Llera es dramaturgo nacido en Madrid, aunque se siente de Andeyes (Asturias). Ldo. En Filología Hispánica por la Complutense, ha ganado diversos galardones tales como Premio Blas de Otero de Poesía, Premio de Teatro Serantes por Un chivo en la corte del botellón o Valle-Inclán en Lavapiés, el Premio Internacional de Teatro de Autor Domingo Pérez Minik, También ha recibido el Tirso de Molina por Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar así como el Premio Extraodinario de Monólogo Teatral Hiperbreve del Concurso Internacional de Micrificción «Garzón Céspedes» por El jamás contado plante de Miguel de Quijote Saavedra. En 2009 obtuvo el prestigioso Premio Lope de Vega por su drama Bagdad, ciudad del miedo.
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