La antesala
Tu no querencia sabe a despedida,
urbe tremenda, altiva y perezosa;
madrastra bella,vil, infame diosa
no en tus aras entregaré mi vida.
¿Pretenderás que olvide tus heridas
y tu desdén, dulce vanidosa?
Mercurio soy, Ixbilia caprichosa,
y tú Medea, guerrera y desmedida.
De espejismos y lisonjas te encumbren
y me apartas con hiel y desenfreno
cual bastardo que ignora tu relumbre.
¡Oh, alégrate, tríbada y calumbre,
pues tal vez en mi huida me encadeno
al placer de no verte y me acostumbre!
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