Un extracto de mi reseña para masteatro.com
«… Yo conocí a Sarah Kane antes de y todo en ella era tristeza. Medía las palabras y el contenido de sus mensajes, escuetos y terribles. Nosotros éramos un pequeño grupo de dramaturgo/as a finales de los noventa reunido/as bajo la batuta de Emilio Hernández quienes tuvimos el privilegio de trabajar con ella en un seminario organizado por el Centro Andaluz de Teatro, en Sevilla. Sarah venía acompañada para ello –escoltada con amor más bien- por dos miembros del Royal Court Theatre de Londres. Sarah, o l’enfant terrible del teatro británico por aquel entonces y eternamente, se postulaba como un ser salvaje y hermoso que delataba y relataba sin cortapisas todo lo hermoso y todo lo salvaje que habitaba, y quería ser expulsado desde su interior. Los ejercicios que ella nos proponía estaban diseñados por su mente prodigiosa para llevarnos al borde de los acantilados. Ella ya se había arrojado desde uno de ellos y en su caída, un descenso libre de Mundo, iba dejando sin querer sus huellas en nuestra manera de escribir para que, en un futuro, nunca tuviéramos pudor a la hora de contar todo lo hermoso y todo lo salvaje del alma, de la mente…».
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