Para todos/as aquellos/as que habéis mostrado vuestro interés por la lectura de esta pieza, os la muestro en su totalidad, ya que en la lectura dramatizada de ayer tarde en el Teatro Valle-Inclán, asistimos a una adaptación. Aprovecho la ocasión para mostrar mi gratitud y admiración hacia Manuel Galiana (Elías) y María José Alfonso (Soledad) por haber «resucitado» a estos ancianos con sus fobias y sus anhelos, su penar y, sobre todo, su fuerza por seguir con la Vida tras su desgracia que fue también la de muchos. La dirección, mimada y sutil, corrió a cargo de Yolanda García Serrano. Un reparto fabuloso, un regalo que recordaré siempre.
«El detente» es una historia de guerra entre hermanos y manantial de muertes a mansalva, como si hubiera sido escrita por la mano infernal de una erinia cualquiera. «El detente» pertenece a una colección de piezas breve cuyo título es «Por culpa de los tiempos». Desarrollo esta colección de manera orgánica y casual siempre que me cuentan o envían un relato de la Guerra Civil española. El próximo día 8 de noviembre se representará otra de ellas, un monólogo, «Corre, gacela, corre» interpretada por Ismael Múrtula en el Palacio de los Marqueses de la Algaba de Sevilla con motivo de las Jornadas del colectivo LGTB sobre las víctimas de la guerra.
EL DETENTE©
de Carlos Herrera Carmona
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro.
Insomnio, Dámaso Alonso.
We are the hollow men
We are the stuffed men
Leaning together
Headpiece filled with straw. Alas!
The Waste Land, T.S. Elliot.
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Basada en un hecho real.
Sugerencia: La escena puede estar dividida en dos: Zona 1 (aires terrenales) y Zona 2 (aires límbicos).
Zona 1: ELÍAS y SOLEDAD, unos setenta, están sentados. Él no hace nada; ella lee y lo mira de vez en cuando.
Zona 2: SOLDADO y ALBERTO, hijo de ELÍAS. El joven lleva puesto un pasamontañas. Hay que evitar en él una apariencia espectral. Los ancianos actuarán con naturalidad cuando aparezca.
ELÍAS.-
Hoy no voy a comer.
(SOLEDAD lo mira.)
ELÍAS.-
Tengo asco en el estómago.
(SOLEDAD vuelve a la lectura.)
ELÍAS.-
Te pareces a mamá. (SOLEDAD lo mira.) Cuando me miras así.
(SOLEDAD vuelve a la lectura. Pausa breve. Lo mira de nuevo.)
ELÍAS.-
¿Ves? Dos gotas de agua.
(SOLEDAD sonríe y vuelve a la lectura.)
ELÍAS.-
Pero tú tienes los ojos verdes. Como papá.
SOLEDAD.-
Yo tampoco voy a comer.
ELÍAS.-
No juegues conmigo, Soledad.
SOLEDAD (Simpática).-
Ni tú conmigo, Elías. Ya somos muy viejos. Tú más que yo…
(ELÍAS se levanta malhumorado y sale de escena.)
SOLEDAD.-
Cuánto echo de menos tu sentido del humor…
(ELÍAS entra.)
ELÍAS.-
¡Quiero-mi-caja!
SOLEDAD (Seria, sin mirarlo).-
Come y te la daré.
ELÍAS.-
¿Ves? Igual que mamá. Una estratega. Siempre midiendo…
SOLEDAD (Igual).-
… y tú siempre retándome, Elías.
(SOLEDAD se levanta, sale y vuelve al momento con una caja de latón.)
SOLEDAD (Tras un suspiro).- ¿Y ahora vas a comer?
(ELÍAS asiente como un niño y SOLEDAD le entrega la caja, ELÍAS la coge con cuidado, se sienta y la abre. Ella se sienta y finge volver a la lectura pero sin dejar de mirarlo. Él rebusca en la caja, saca un reloj y se lo enseña.)
SOLEDAD (Sonriendo, quitándole importancia).-
Su reloj. Y aún así siempre llegaba tarde…
(ELIAS guarda el reloj, saca una cuartilla de la caja, la desdobla, la mira y se la enseña).
SOLEDAD (Feroz casi).-
El resguardo de su título de bachillerato. Vaya si le costó. Pero al final se hizo con él. En eso era igual de cabezota que tú.
(ELIAS guarda el papel, saca un yo-yo y juega con él.)
SOLEDAD.-
Se lo regalé cuando cumplió diez años. (Se tapa la boca con las manos para evitar el llanto.)
(ELÍAS se guarda el yo-yo en el bolsillo y saca ahora un barco de juguete.)
ELÍAS.-
Yo no quería ser soldado. Yo siempre quise ser marino, como mi abuelo.
SOLEDAD (Herida).-
Nunca le llevamos a ver el mar.
(ELÍAS guarda el barco, saca una suerte de escapulario y lo sostiene frente a sus propios ojos.)
ELÍAS.-
(Lee el escapulario). «Detente, el corazón de Jesús está conmigo». (A ella) Lo llevaba colgado al cuello, para que lo protegiera. ¿Ves? Es Jesús, con su corazón en llamas y rodeado por una corona de espinas. Nuestro Señor sonríe, como si no le importara tener el pecho abierto. Su corazón es infalible, a prueba de balas. Para eso inventaron esto, para poder detenerlas. Mi hijo lo llevaba colgado al cuello, pero las balas no respetaron la orden sagrada. Es cierto que Jesús hizo su trabajo, en parte sí, porque el corazón de Alberto no derramó ni una sola gota de sangre, pero sí su cabeza. Los dos tiros…
SOLEDAD (Interrumpiendo, animada, con intención de levantarse).-
Voy a ver qué invento para cenar…
(ELÍAS la mira. SOLEDAD vuelve a sentarse.)
ELÍAS.-
Los dos tiros se los dieron justo aquí. (Se da varios golpes fuertes con las manos en la frente) Alberto quedó desfigurado. Aquellas balas no eran para él… Y Jesús sonreía mientras nosotros no parábamos de cantar en aquel tren. Soñábamos con un verano tranquilo, sin bombardeos, ni tanto susto a medianoche. El tren iba muy lento, pero no nos importaba. Yo os iba recitando el nombre de cada árbol que veíamos al pasar, y vosotros me escuchábais, emocionados, por esa huida que no era huida. Soñábamos con un verano en paz, sin bárbaros irrumpiendo en las tabernas y reventando cabezas a su antojo, sin fusiles en manos de unos torpes que mataban a quienes querían porque no sabían a quiénes matar. Cantábamos porque el aire de la sierra nos estaba esperando para darnos su frescor. Nos sentíamos iluminados, libres. Pero el destino hizo de las suyas. Mi hijo decidió ir en ese coche. Y yo le dije, Alberto, tú vete con mamá y con los demás en el tren, que yo me voy en coche y así le hago compaña al chófer. Es muy joven, y si hay algún problema, yo sé conducir. Tú te mareas con las curvas, hijo. Vas a llegar blanco como una sábana. Acuérdate de la última vez.
(EL SOLDADO le quita el pasamontañas a ALBERTO. El joven entra en la zona 1, le quita el escapulario a su padre con ternura y se lo cuelga en su propio cuello sin dejar de sonreírle. )
ALBERTO.-
No, padre. No dejes a madre sola con mis hermanas. Te pueden necesitar. Tú las entretienes explicándoles los árboles que veas. ¡Si te sabes todos sus nombres en Latín! Además, todos no cabemos en ese coche, por muy militar que sea. (Se ríe).¡Qué ganas tengo de llegar a esa reserva y disfrutar del verano! Tú podrás colgar el uniforme, que te lo mereces. La naturaleza y nosotros, ¿para qué más? Yo también descansaré, que sacarme el bachillerato me ha dejado agotado. Iré en ese coche. El chófer es de mi edad y hablaremos de barcos. Él también quería ser marino, ¿sabes?
(ELÍAS le coge la mano a ALBERTO.)
ALBERTO (Que le muestra el escapulario).-
Él me cuidará, padre. (Le lee el escapulario) «Detente, el corazón de Jesús está conmigo». ¿Ves? No hay nada por lo que preocuparse.
(EL SOLDADO entra en la zona 1. ALBERTO sonríe mientras mira el escapulario.)
SOLDADO (A ELÍAS).-
Señor, le informamos que esta mañana ha habido una emboscada en el kilómetro 7 de la carretera comarcal, cerca de la fábrica de harina. Su hijo, Alberto García Barquín y el chófer que le acompañaba, han sido asesinados. Por lo visto era a usted a quien querían matar, no a su hijo. Lo sentimos.
(ALBERTO sale de la zona 1 y entra en la zona 2. EL SOLDADO se saca del bolsillo otro escapulario, se lo entrega a ELÍAS y éste lo guarda en la caja. El anciano de repente se pone de pie y se avalanza con furia hacia EL SOLDADO. SOLEDAD intenta detener a su hermano como puede. EL SOLDADO no reacciona.)
ELÍAS.-
Sabéis sus nombres. Siempre los sabéis. Y tú me los vas a decir. Claro que sí. ¡A hostias te saco yo a ti los nombres de la garganta! ¡Y si no, te la rebano como a un cerdo!
(SOLEDAD consigue a duras penas sentar a su hermano y se dirige al SOLDADO con rabia contenida.)
SOLEDAD.-
No se le ocurra hablar, soldado. No se le ocurra darnos ni una inicial siquiera de sus nombres. No se le ocurra enviarnos una carta con una señal que nos lleve a la puerta de los asesinos. Es más, no queremos que se vuelva a mencionar la palabra emboscada, ni error, ni kilómetro 7. Alberto ya es uno más y nosotros ya formamos parte de esa masa de luto y de golpes en el pecho, de altares a los pies de la cama y de tantas misas pagadas con tres míseros reales. Pero nos vamos a diferenciar de todos ellos. Eso téngalo por seguro, usted y sus superiores. No queremos saber nada. La cadena de sangre no puede continuar. Y aquí se ha terminado el cuento. Creo que está muy claro. Muy, pero que muy claro, ¿verdad, soldado?
(EL SOLDADO vuelve a la zona 2. Silencio.)
ELÍAS.-
Soledad, tengo hambre.
SOLEDAD.-
A ver qué invento para cenar, porque a ti no te gusta repetir.
ELÍAS (Cogiéndole la mano, cansado).-
¿Por qué?
SOLEDAD (Tras respirar profundamente).-
Algo tuvo que sentir él para coger ese coche. Tal vez era necesario para que tú y yo siguiéramos aquí, protegiendo a los demás. Había que parar la cadena de sangre de alguna manera. Y él lo hizo.
ELÍAS (Le entrega la caja).-
Escóndela.
(SOLEDAD la coge.)
ELÍAS.-
Lejos.
(SOLEDAD asiente.)
SOLEDAD.-
Desde que el mundo es mundo, los árboles nos avisan de la llegada del otoño. Ellos pierden sus hojas para crecer, que es lo mismo que aprender. Llenándose de hojas nuevas, vuelven a dar sombra a otros que llegan, pero nunca se lamentan por aquellas que han perdido. Es a los cielos hacia donde hay que mirar, hermano. Siempre ha sido así, desde que el mundo es mundo.
(SOLEDAD le besa en la frente y sale. ELIAS saca el yo-yo de su bolsillo, juega con él y silba «Los piconeros» mientras se va haciendo el oscuro.)
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