criticas-collage-teatroEn enero de 2011, comencé mi colaboración como crítico teatral con www.masteatro.com , página madrileña especializada tanto en la cartelera como en las críticas de teatro de Madrid, Barcelona y Sevilla. Durante dos años ininterrumpidamente escribí sobre la realidad escénica de la ciudad donde nací y vivo, que es Sevilla, desde obras dramáticas hasta ópera, pasando por la danza y el flamenco, asistiendo a todas y cada una de las salas de mi ciudad así como a festivales relacionados con las artes escénicas. En noviembre de 2015, retomé esta colaboración. Ahora no sólo asisto a las representaciones en mi ciudad sino que puntualmente viajo a Madrid para cubrir ambas ciudades.

Antes que fraile fui monaguillo -lo cual ocurrió por puro accidente: una reseña mía en mi blog sobre un Tartufo con mal fario llamó la atención del director de esta web y me pidió dicha colaboración. Con 23 años, me estrené como actor interpretando a un figurón entrañable llamado Don Toribio de «El agua mansa» de Calderón pasando por papeles de lo más variopintos y direcciones varias en el Taller de Teatro Clásico universitario hispalense hasta hoy en día que dirijo mi propia compañía, Elsinor Teatro Sevilla. Así que, en cierta manera, conozco los espejos de esos camerinos donde se reflejan nuestras luces y nuestras sombras; conozco las intrigas de palacio, los celos, las toneladas de envidia, las demoníacas y celestiales vibraciones, aleluyas y conjuros, euforias y fracasos, caídas y resurrecciones acompañadas de zancadillas; despropósitos frente a própositos de enmienda y relaciones de conveniencia y exilios forzados típicos de la farándula; pases de pecho y a porta gayola a diestro y siniestro. Conozco también una de las tareas más bellas que me enseñó mi maestro Pablo Colón: barrer la escena antes de usarla así como el respeto a los tuyos y, qué duda cabe, al público. Me inculcó la devoción por los clásicos, doctores máximos; la comprensión como bandera a la hora de dirigir y la honestidad a saber tachar lo que sobra para no caer en la egolatría -aunque como cómico, no caer en ella es como pedirle a un niño que no pruebe un algodón de feria… Me regalaron una lupa con la que poder ver a las mariposas más soprendentes y disfrutar con los colores de sus alas y también detectar a los insectos que se cuelan en este corral de comedias y que te pican y provocan hinchazones que te hacen llorar: los bulos son incontrolables y los piropos vienen con fecha de caducidad. Conozco también la pesadez mezclada con ilusión de rutas por pueblos como cómico de la legua; cargar y descargar en el sentido tanto real como figurado; los teatros llenos y con un sólo espectador. La cima y lo más parecido a una tumba. Y sigo conociendo, y por ende, aprendiendo. Y cayendo. Y resolviendo. Y cada día más feliz de ser un apasionado del Teatro y poder morir de pie en vez de rodillas, en este «banquete de los sentidos» como decía Lope. Irremediable ya a estas alturas.

Cierto es que, de un centenar de críticas que he escrito, media docena no han sido muy afortunadas a los ojos de quien esperaba requiebros gratuitos: Je suis desolè. Sin embargo, duermo tranquilo por ir dejando un legado de ensayos filológicos que han arqueado las cejas de quienes presumen ejercer este oficio y que sólo son simples caricatos de un guiñol bajo trampantojos en su corte de aduladores. Ahora por fin veo desnudo al emperador: ya no lleva traje y menos aún, corona.

Asistir a una representación supone mostrar una actitud relajada, donde impere, por encima de todo, la curiosidad; atisbar dónde reside el supuesto reto de la obra en cuestión y situarse en el nivel correspondiente, es decir, en el patio de butacas, no en las alturas como señor todopoderoso. El éxito de la crítica resultante se ha de basar en la tolerancia y en ser capaz de despertar una mínima motivación en el lector para que éste acuda al espectáculo y pueda por sí mismo elaborar un juicio propio. Creerse director o intérprete en potencia una vez finalizado el proceso creativo ajeno, no es el rol de un crítico, más bien éste ha de preocuparse por nutrirse de una notable documentación previamente y haber dotado a su artículo de una consistencia palpable huyendo de lo somero, pues éste es el camino más fácil y efectista. Si alguna vez, por mi parte, he podido incumplir algunos de mis propios mandamientos, para eso está el Tiempo, para enmendarlos.

En conclusión: la última palabra que la lleve el público asistente puesto que nosotros, los críticos, somos manuales efímeros de información; aquella señal de tráfico la cual, antes de un túnel, aconseja encender las luces. Amén.